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Bienvenido seas, inquieto.

martes, 7 de junio de 2011

Julieta González Irigoyen, Te amaré hasta que se acaben los lunes. (Presentación segunda edición)




(Jardín grande, bien cuidado y lleno de árboles, una fuente al centro, las mesas del coctel  del lado izquierdo, la tarima para presentación del lado derecho, edecanes en traje sastre marrón cuidando la logística y las miradas expectantes entre las platicas)

Cuando el clima de la ciudad tan sólo media hora antes era de un calor insoportable, como  regalo de la madre naturaleza llegó el viento, fresco y con aparentes promesas de lluvia que calmaron el estrés del calor y sumieron la atmósfera en un bello entorno que comenzó a cautivar a los presentes y fue entre esas promesas de lluvia, el aire limpio y la verde  atmósfera del jardín que Julieta González Irigoyen tomó la palabra y cautivó, al menos a mis oídos desde el saludo.

Comienza pidiendo la crítica y reseña literaria de los presentadores, quienes reiteran entre estudios lingüísticos; que Julieta es un ser de experiencias duras, alegres, tristes, de matices que atraviesan escalas altas y bajas, haciendo de su poesía precisamente eso, variedad melancólica que atrapa al lector en sus propias memorias y le hace viajar entre las emociones, tal vez arrebatando lágrimas, sonrisas y suspiros, navegando entre la simbología y la metáfora, creando un exquisito mar de atajos al corazón.

Cuando Julieta habla, lo hace dulce,  certera, alegre, intelectual, claramente la voz de una poeta sencilla, con la experiencia entre las palabras, con las emociones entre las letras, habla sobre su obra y sus logros, puntualizando que para ella el aprendizaje de la vida diaria es el mejor currículo para el poeta, dice ella misma “Yo no creo en la inspiración, sino en la percepción. Percibo la vida con toda su carga de sucesos y emociones”.
Y es así con tal sencillez en el carácter que Julieta muestra su obra, dejando por sentado que lo ostentoso de ciertas situaciones o apariencias, no deben hablar más que las palabras mismas. Es la palabra escrita el vínculo entre la realidad sensorial y la imagen externa que a primera vista capta y juzga el humano en gala de su soberbia. 

Julieta se muestra amorosa y agradecida con la vida por ser así, compleja, llena de escalones, los que subir siempre suponen un reto, un reto que para su percepción es arte puro, se transporta en la mente una y otra vez y viene a convertirse en un deleite literario, muestra de ello, la lectura de sus poemas “El espacio”, “Hay una dulzura triste” y “Soliloquio” que fueron el momento más bello de la noche, obteniendo los aplausos más apasionados por el público.

Y entonces entre los aplausos, las risas y el viento que nos acariciaba casi eróticamente los cabellos, se da, más que una lectura o la presentación de una nueva edición de un poemario bellísimo, una enseñanza abierta para ser mamada por quienes deseen alimentarse de ella, una prueba del amor, la intelectualidad, la honestidad, la sencillez y la calidez, que en muchas ocasiones se ven malinterpretados entre la prostitución de términos de la vida diaria. Con Julieta González Irigoyen, esos términos tienen un sentido y una imagen. 

Julieta es muestra de que la vida y la lectura hacen al buen poeta, al ser que puede percibir, gozar y crear. Esa muestra es una de las tantas razones por las que, al término de la lectura y las emotivas palabras de Julieta, la adquisición del poemario y las firmas del mismo se dieron abundantes, con la promesa de tener entre las manos, para la vista y el corazón un trozo de la vida misma, por que como dice la autora “… escribo para rebanarle a la vida un trozo de felicidad”. 

Precisamente un trozo de felicidad adornó la noche, en la voz de la poesía.


Jonathan Méndez

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