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Bienvenido seas, inquieto.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La foto de tu madre


Pues, decidí romper nuestras fotografías, esas que teníamos colgadas en la sala, justo después de enterarme que me dejarías.
Las desgarré rápido, mientras recorrían por mi mente todos aquéllos momentos en que no sólo callé mi opinión, sino que paralelamente limpié tu mierda. Me sentía traicionada, usada como un calcetín que ya está roto y te sigues poniendo una y otra vez hasta que simplemente un buen día te hartas y sumerges al bote de basura esperando nunca más volver a ver.

Aquélla foto que nos tomamos en Guanajuato, la hice literalmente caca mientras preguntaba “¿Te acuerdas cuando le pagué el aborto a aquélla putilla de tu alumna para que no te arruinara tu pinche carrera?”.
Después vino la del fin de semana en Puerto Vallarta, las nalgas se me veían buenísimas en ese bikini, y tú; te la pasaste aceptando las bebidas que te invitaba el maricón gringo ese, todo un mes ahorrando para irnos a descansar y ni una manoseada me podías dar, vaya clase de pervertido tenía por marido, no me ponía un dedo en los cabellos y bien podía cogerse a una chiquilla menos primeriza que yo al parecer o a un joto adinerado con menos nalgas que yo. Ni para qué decirte que precisamente esa méndiga foto de Puerto Vallarta disfruté orgásmicamente en ponerle en su madre…

Pero de lo que más quiero contarte, es que cuando me encontré la foto de tu madre en la mesita de las llaves, esa que tanto te gustaba; porque dizque se le notaba como nunca el porte de dama que tenía y su grandísima educación que hasta te hacía sentir como que eras hijo de una condesa, sentí que la sangre me hervía de rabia, todavía recuerdo cuando la muy hija de la chingada me decía que yo no tenía ni una pizca de modales y que aparte de majadera de seguro no sabría ni cocinar ni un pavo en navidad. O sea ¿Un pavo? Maldita vieja alzada y naca que era tu madre, cabrona presuntuosa que aparte de todo parió a un pendejo calenturiento igual de presuntuoso que ella… Así que agarré la fotito, me subí al baño de nuestra exhabitación la dejé caer dentro y después me senté a cagar tranquilamente. El baño se tapó, obviamente; y no fue por mi obra. Es que ni un baño podría aceptar tragarse el recuerdo de tu madre.

En fin, como ya no había fotos me senté en la escalera. Desde ahí podía verte bien, sentir el odio más grande que jamás había sentido en mi vida, recordar cada uno de tus educados insultos, cada uno de esos momentos en que deseaba volverme a ti y llorando decirte “Por qué me tratas así, si yo solamente me he dedicado a hacer todo lo que puedo por que estés feliz”.
Me solté llorando, y quise gritarlo; pero sólo murmure un “Te amo, no me dejes por favor”.
Y pensé, aún puedo seguir escondiendo tu cocaína en mi bolsa por si nos detiene algún policía cuando manejas rápido, no te lleven preso; aún puedo arreglármelas para que tus alumnas no te chantajeen después de que te las tiras; aún puedo seguir jineteando créditos del banco para que puedas seguir saliendo con Ignacio los jueves en la noche. Aún, aún quisiera que no te fueras.
Pero era el día, y por primera vez en mi vida debía aceptar lo irreparable. Ya no volverías jamás.
Así que, con el dolor más grande y la presión en el pecho, dije adiós mi amor, voy a extrañarte mucho. Continué llorando y moqueando como puberta regañada mientras como por arte de magia chafa a toda la casa parecía que le embargaba una tranquilidad que nunca antes había tenido, una paz que debía de embargarme a mí también en algún momento. Y fue justamente con la misma tranquilidad con que Concha, mi queridísima amiga de la infancia a la que le decías “la vaca lechera” entró como siempre, sin tocar y sonando sus tacones por todo el pasillo, se paró en la entrada de la sala, te miró fijamente con expresión más de alegría que de asombro, se volteó a mirarme hacía la escalera y gritó como poseída la muy pinche discreta “¡Lupe, lo mataste!” “Ay Concha, la verdad prefiero el dolor de su muerte que el de su abandono”, le respondí mientras me limpiaba los mocos.

Lo demás ya no quiero contártelo, no creo además que te interese. Total, ni aunque estén todos alrededor llorando y rezando vas a levantarte de esta cajita para volverte a cocer el pito al cuerpo. Por cierto, eso fue idea de Concha.



Jonathan Méndez

Tomarse un tiempo fuera ayuda siempre, entrar y salir aún más... Así que vamos entrando de nuevo a la cosita esta de los blogs.