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Bienvenido seas, inquieto.

lunes, 14 de octubre de 2013

Voto de ceguera


Yo no soy de esas personas que andan por la vida diciéndole locos a los que no comprenden, tal vez porque a mí gran parte de mi vida me han tildado de loca. Aún recuerdo las tremendas cachetadas que me acomodaba mi mamá cuando le salía con alguna de mis ideas novedosas o con alguna de esas preguntas incómodas que en un rancho, pues a nadie más se le pueden hacer y si así mi mamá me gritaba “¡estás loca!” y zas, me sorrajaba el chingadazo en pleno hocico, imagínate como me hubiera puesto mi papá si le saliera con los chistesitos, que bueno; ni para qué hablar contigo de eso, que eso todito tú te lo sabes de sobra y no te vayas a ofender; pero yo creo que tu si estás un poquito loco, te lo digo en confianza, digo; creo que entre tú y yo puede ya haber confianza de sobra.

En fin, al mal paso darle prisa, en primera me aventé a hacer lo del voto de ceguera porque era una de esas ideas “locas” que tenía desde chiquita ¿Cómo sería la vida de un ciego?. Me encantaba ayudarlos en la calle, la verdad más por morbo que otra cosa, es que, siendo honesta; había momentos en que los ojos me daban un poco de asco, esa bola viscosa que segrega lagañas es muy rara, parecen estar vivos a parte del cuerpo. Una vez de pequeña me entró la curiosidad por sacármelos, que ni lo intenté, porque pensé que si me los sacaba aparte de que me iba a doler un chingo, mi papá me iba a poner una madriza de aquellas que me iban a dejar sin poder sentarme en un mes; pero bueno, la segunda razón porque me aventé con el voto de ceguera, era porque la verdad sentía que a todas las hermanas en el convento, yo les caía gorda. Las veía siempre como se callaban justo cuando yo llegaba y hasta se cambiaban de postura como que estaban dizque muy ocupadas. Hasta en el convento soy media antisocial, a la mejor yo tengo el problema; pero pues eso no es cosa de discutir aquí…

Le dije a la madre superiora que eso de no ver, me haría ser más comprensiva con las carencias, quedarme sin un sentido tan vital me daría más humildad para afrontar la parte dura de la vida. Y pues, me puso mi vendita bien apretada, a veces me dolía la cabeza; pero me aguantaba, la verdad me gustaba, así no tenía que verme los ojos en el espejo, satisfacía mis curiosidades que de niña nunca me pude satisfacer, y mejor aún: Ni me daba cuenta cuando las otras hermanas me hacían algún desplante, así que ya no me sentía como la paloma enferma de la parvada.

Mi trabajo era sencillo, tenía que ir a la cocina todos los días por el plato que la hermana Bertha me iba a dar, siempre olía bien feo, así como entre a frijoles acedos o como entre a carne media pasada y lo llevaría arriba, al piso donde sin mi venda, jamás pude subir. Ahí según esto teníamos un perro que habían recogido de la calle; entonces, yo le dejaba el platito, por un hueco en la puerta. Ahí arriba olía más feo todavía, la hermana Bertha decía que era por las cacas del perro, que yo me callaba; pero bien que pensaba “Cochinas, pobrecito animal, que ni limpiarle pueden, ya me imagino a ellas viviendo en sus cuartos con caca embarrada en las paredes” y me tenía que ir a ayudar en otras cosas abajo.

Siempre que le pedía a la hermana Bertha que me diera permiso de acariciar al perrito me decía “N´hombre, ´tás loca, te va a morder, si lo tenemos ahí arriba nomás por caridad de que no vaya a andar mordiendo gente y pus pa’ que no se muera ahí solito en la calle”; pero yo no le tenía miedo al perrito, cuando subía siempre lo oía hacer ruidos como de que algo le dolía, estaba muy raro. Yo pensaba que hasta le habían pegado, y como en una ocasión que a mí se me calló una botella de vino que le iba a llevar al padre Germán cuando visitaba a la hermana Judith, la hermana Bertha me quitó el hábito y me puso una jaloneada de greñas que hasta como licuadora me vi, pues me imaginé que el pobre perro había hecho una travesura y le habían puesto su buena zarandeada. Me dio lastima.

Yo creo que eso también ya lo sabes todito; pero igual te lo cuento. Días después de imaginarme las calamidades por las que podría pasar el pobre animalito, me decidí a salirme en la noche de mi cuarto y subir a acariciarlo un poquito, total, si me mordía, no pasaba de que quien sabe y nos corrían a los dos del convento, a mi por andar de rebelde escabulléndome por el lugar como rata y a él por agresivo. Pues como que realmente me podía más eso de que el animalito necesitara cariño… Así que, ahí iba yo, toda bruta como diario con el miedo de que pudiera tirar algo en el camino y antes de llegar a con el animalito, me anduvieran cachando en la movida y me pusieran mi buena castigada. Luego a la madre superiora se le ocurren cosas medias raras, como esa vez que a la hermana Tania la encueró en el patio y la mojó con agua fría para dejarla ahí toda la noche en el frío, nomás porque le habían encontrado una foto de un muchacho de esos de las revistas que salía en calzones.

Pos en fin, para no andarla regando, que me quito la vendita así se jalón y hasta me ardieron los ojos, cabrones, me daban ganas de sacármelos en ese rato; pero pos bueno, el perrito merecía el sacrificio. Ahí iba yo, toda apendejada por el ardor, pero medio veía todo y así era más fácil llegar sin hacer tanto ruido.
Subí casi gateando las escaleras, entre que me ardían los mendigos ojos y entre que no quería yo hacer ningún ruidito, me sentía como gato o como rata buscando comida en la alacena, ya ni sabía yo que chingados era… La puerta estaba cerca, y empecé a oír otra vez el gemido “pobrecito chuchito” le dije, mientras estiraba la mano para abrirle a la puerta, olía horrible, hasta me dieron ganas de vomitar, en la mañana no olía tan feo. Llevaba ahí una semana el pobre perro, y ya parecía aquello como matadero de rastro, hedía a pura cochinada.

Ándale que la puerta estaba cerrada con llave, intenté empujarla, pero como era de madera gruesota gruesota, pues ni en chino podía yo con mis 67 kilos quitarla a la chingada… Así que me agaché y metí la cabeza por el agujero por donde metía siempre el plato. Ese, fue el momento más feo que he pasado hasta entonces, te lo juro, bueno, ya sé que eso de jurar está mal; pero habías de dispensarme esta, porque de verdad que estaba feo feo el asunto.
No era un perro, era una muchacha o eso parecía, que no tenía un brazo, estaba toda sucia y como que no tenía lengua tampoco, porque abría la boca y gemía; pero no salía nada más de ahí, estaba amarrada de los pies, lloraba estirando la mano hacía a mí como suplicando que la dejara salir, tenía la cara toda llena de sangre seca, los cabellos hechos una maraña. Solté un gemido de susto, me imaginé que estaba viendo una alucinación por haber tenido tanto tiempo la dichosa vendita en la cara, porque por primera vez vi unos ojos que no me daban asco, por el contrario, me decían con una ternura que jamás me había imaginado “Ayúdame por favor, ten piedad de mi”.


Recordé miles de rezos, y los repasaba en la mente. No sé cuánto tiempo pasé ahí mirando; pero a mí me pareció una eternidad, a lo que vi, estaba todo lleno de mugre, había excrementos, charcos de orines, y lo peor, otro cuerpo tirado a unos metros de la muchacha, parecía otra mujer; pero no se movía, la única vida que se notaba en ella era la de las moscas que la revoloteaban, estaba muerta y qué bueno que no le vi los ojos; esos si me hubieran aterrado.

Cuando reaccioné, saqué la cabeza del agujero, me paré y pendejamente, bajé las escaleras gritando “¡Ayuda, madre Teresa, hermana Bertha, auxilio hay una muchacha encerrada en el piso de arriba, auxilio por favor, que alguien venga!”. Iba hecha la chingada hacía la habitación de la madre superiora, cuando de pronto, así; como cuando le da a uno un calambre, sentí y oí un chingadazo seco y rápido en la frente, me caí para atrás y no alcancé a reconocer quien era, estaba toda mareada; pero era la silueta de una de las hermanas, tenía hábito; y sin decir nada levantó el tubo que tenía en la mano, de seguro era el mismo con el que me había acomodado el primer golpe; porque lo dejó caer con su fuerza sobre mi cara, ahí dejé de sentir mi cuerpo, creo que habré dejado de llorar, no recuerdo haber rezado nada en ese momento. No tenía cabeza para ello, literal.

Y pues, como te insisto a cada rato, todo esto tú ya te lo has de saber con un detalle que ni me imagino; pero supongo que es el protocolo de ley cuando uno está aquí en frente de ti, contarte cómo es que uno percibe el momento… Nomás me queda la duda pues: ¿Me vas a dejar entrar al cielo diosito o es que el perrito ese ya me mandó a la condena?.


Jonathan Méndez



El Punto final, es simplemente un freno. De uno depende convertirlo en punto y seguido.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La foto de tu madre


Pues, decidí romper nuestras fotografías, esas que teníamos colgadas en la sala, justo después de enterarme que me dejarías.
Las desgarré rápido, mientras recorrían por mi mente todos aquéllos momentos en que no sólo callé mi opinión, sino que paralelamente limpié tu mierda. Me sentía traicionada, usada como un calcetín que ya está roto y te sigues poniendo una y otra vez hasta que simplemente un buen día te hartas y sumerges al bote de basura esperando nunca más volver a ver.

Aquélla foto que nos tomamos en Guanajuato, la hice literalmente caca mientras preguntaba “¿Te acuerdas cuando le pagué el aborto a aquélla putilla de tu alumna para que no te arruinara tu pinche carrera?”.
Después vino la del fin de semana en Puerto Vallarta, las nalgas se me veían buenísimas en ese bikini, y tú; te la pasaste aceptando las bebidas que te invitaba el maricón gringo ese, todo un mes ahorrando para irnos a descansar y ni una manoseada me podías dar, vaya clase de pervertido tenía por marido, no me ponía un dedo en los cabellos y bien podía cogerse a una chiquilla menos primeriza que yo al parecer o a un joto adinerado con menos nalgas que yo. Ni para qué decirte que precisamente esa méndiga foto de Puerto Vallarta disfruté orgásmicamente en ponerle en su madre…

Pero de lo que más quiero contarte, es que cuando me encontré la foto de tu madre en la mesita de las llaves, esa que tanto te gustaba; porque dizque se le notaba como nunca el porte de dama que tenía y su grandísima educación que hasta te hacía sentir como que eras hijo de una condesa, sentí que la sangre me hervía de rabia, todavía recuerdo cuando la muy hija de la chingada me decía que yo no tenía ni una pizca de modales y que aparte de majadera de seguro no sabría ni cocinar ni un pavo en navidad. O sea ¿Un pavo? Maldita vieja alzada y naca que era tu madre, cabrona presuntuosa que aparte de todo parió a un pendejo calenturiento igual de presuntuoso que ella… Así que agarré la fotito, me subí al baño de nuestra exhabitación la dejé caer dentro y después me senté a cagar tranquilamente. El baño se tapó, obviamente; y no fue por mi obra. Es que ni un baño podría aceptar tragarse el recuerdo de tu madre.

En fin, como ya no había fotos me senté en la escalera. Desde ahí podía verte bien, sentir el odio más grande que jamás había sentido en mi vida, recordar cada uno de tus educados insultos, cada uno de esos momentos en que deseaba volverme a ti y llorando decirte “Por qué me tratas así, si yo solamente me he dedicado a hacer todo lo que puedo por que estés feliz”.
Me solté llorando, y quise gritarlo; pero sólo murmure un “Te amo, no me dejes por favor”.
Y pensé, aún puedo seguir escondiendo tu cocaína en mi bolsa por si nos detiene algún policía cuando manejas rápido, no te lleven preso; aún puedo arreglármelas para que tus alumnas no te chantajeen después de que te las tiras; aún puedo seguir jineteando créditos del banco para que puedas seguir saliendo con Ignacio los jueves en la noche. Aún, aún quisiera que no te fueras.
Pero era el día, y por primera vez en mi vida debía aceptar lo irreparable. Ya no volverías jamás.
Así que, con el dolor más grande y la presión en el pecho, dije adiós mi amor, voy a extrañarte mucho. Continué llorando y moqueando como puberta regañada mientras como por arte de magia chafa a toda la casa parecía que le embargaba una tranquilidad que nunca antes había tenido, una paz que debía de embargarme a mí también en algún momento. Y fue justamente con la misma tranquilidad con que Concha, mi queridísima amiga de la infancia a la que le decías “la vaca lechera” entró como siempre, sin tocar y sonando sus tacones por todo el pasillo, se paró en la entrada de la sala, te miró fijamente con expresión más de alegría que de asombro, se volteó a mirarme hacía la escalera y gritó como poseída la muy pinche discreta “¡Lupe, lo mataste!” “Ay Concha, la verdad prefiero el dolor de su muerte que el de su abandono”, le respondí mientras me limpiaba los mocos.

Lo demás ya no quiero contártelo, no creo además que te interese. Total, ni aunque estén todos alrededor llorando y rezando vas a levantarte de esta cajita para volverte a cocer el pito al cuerpo. Por cierto, eso fue idea de Concha.



Jonathan Méndez

Tomarse un tiempo fuera ayuda siempre, entrar y salir aún más... Así que vamos entrando de nuevo a la cosita esta de los blogs.

jueves, 2 de mayo de 2013

A primera... vista





- ¿Cuándo fue la última vez que entablamos una conversación?
Cosa de algunos meses, se pueden contar; pero no me interesa llegar a tal punto. Aquí y ahora me importa solo olerte los cabellos, aún tienen ese aroma a almendra que cuando te conocí me hizo imaginarme un cuadro donde estábamos los dos tomados de la mano, viejitos, arrugaditos de la piel y llenos de manchas de esas que van dejando los años. Estábamos sentados en mecedoras, en una sala grande apestosa a aceite de almendra y repleta de fotografías de cosas que en algún momento habíamos hecho juntos…
Si, así muy pinche cursi toda mi alucinación guajira. Entonces, gracias a la maravillosísima ilusión esa que te cuento ahora con cierta ironía, pensé por unos días, que eso del amor a primera vista si existía; porque antes yo sólo defendía aquello de la erección a primera vista y quizás, una venida a primera caricia (a muchos les pasa).

Ya sabrás, me sentía todo un afortunado que podía tragar cebolla con pan y agua de la llave por el resto de una vida, si es que la compartía contigo…
Iba por ahí componiendo frases hermosas de superación emocional, diciéndole al mundo que la vida era maravillosa, y que ésta tenía un hedor a pura pinche almendra.

Y así te bauticé,  Almendra.
Te escribí cartas a lo pendejo, te dediqué canciones de igual forma; montones y montones de cursilerías, sin contar claro, con la cantidad incontable de satisfactorias manualidades que te dediqué (es que me gusta eso del bordado y el punto de cruz).
Obviamente también  te dedicaba varias manoseadas antes de dormirme, y cuando me bañaba, y después de comer, y cuando me levantaba en las mañanas, y cuando iba al baño en el trabajo, y cuando esperaba el camión ya en la noche, total, la pinche parada siempre estaba sola y era más que divertido y eufórico terminar justo antes de que el camionero pudiera verme y negarme la parada, la del autobús, la otra ya yo la había calmado.

En fin, sufría por no verte, te extrañaba mucho, el olor de tu cabello, el aroma a almendra. Mi almendra, ver tus nalgas desnudas aplaudir en mi pelvis era mi único motor existencial… Tenía miedo de no verte, y hasta le escribía cosas a los miedos, mira:

Un día me caigo sobre margaritas, rosas, azaleas y demás miembros cursis de la flora…
Para el siguiente me estoy revolcando en cempasúchil 
y una que otra espina de las rosas abandonadas por los miedos.
¿Y qué me importa si hay silencio de fondo?
¿Y qué me importa si estoy borracho al punto del vómito?
Si de todas formas la monotonía termina cuando yo quiero.
El tedio se desenmascara frente a mis dedos…
¡Porque no hay miedos!
Y me voy rodando entre mis miembros de flora, que me acarician.
Me lastiman y me suplican “No limites tus fuerzas”.

Así me motivaba, y ahorraba dinero pa.

-Shh-  lo Interrumpió  de súbito– Ya se te terminó el tiempo ¿Me vas a pagar otra hora más? ¿Quieres que te siga escuchando o volvemos a coger? A mí me da igual hasta que me llames Almendra si quieres.



Jonathan Méndez

Eso de la reflexión es cosa que todos tenemos, pero es como el dinero, para unos más y para otros menos. Y los que más, aunque lo parezcan, no precisamente son los más felices.

Saludos.



lunes, 4 de febrero de 2013

Mi carta al Lunes






Querido lunes.

Tengo ganas de escribirte algo hoy, simplón, honesto, sin afán de títulos altivos (esos luego se pierden).
Regularmente escucho y leo ahí, en las redes sociales, interminables quejas sobre tu llegada. ¿Sabes? Siento hoy simpatía por ti, te explico.

Cuando era más joven (porque aunque se me vea la cara jodida, aún soy joven) mis poetas favoritos eran aquellos que se catalogan como poetas negros, sus letras eran dolorosas, crudas, retaban la moralidad en turno; y todo por una simple razón: Ellos estaban fuera de la hipocresía social de su tiempo, el estatus no importaba (al menos en sus letras), lo correcto era cuestionado y lo incorrecto muy explorado. 
Sí, incluso me enamoré de varios en secreto… Recuerdo Las Letanías de Satán de Baudelaire por ejemplo. Le dice él al personaje antagónico del cristianismo “Báculo de exiliados, lámpara de inventores, confesor de colgados y de conspiradores”, proclama a un villano mitológico como una figura de admiración para quienes ven la realidad, para quienes se embarran de la crudeza del mundo y comprenden que en el desarrollo social LAS COSAS NO VAN BIEN.

Para Baudelaire, satanás es la fuente de la inspiración de quienes dejan huella en la humanidad, la luz del conocimiento que sólo unos cuantos afortunados  -en la práctica desgraciados-  tienen; porque como decía el ahora muy admirado Gandhi “Primero te ignorarán, después se burlarán de ti, luego de odiarán y al final te admirarán”… Cuando vas apsrentemente contra corriente, estás destinado a ser ignorado, quizás después burlado, luego odiado (no necesariamente en ese orden) y si eres perseverante, al final, puedes lograr cosechar unas muy fructíferas semillas a favor de la colectividad.

Y al hablar de ese poema no es que me proclame satanista o algo así, es sólo una metáfora, ni siquiera creo en la existencia de un dios, mucho menos en la de un diablo todo malvado con cuernos y padre del vicio.

Baudelaire dejó una idea en mí que ahora comprendo al 100 %, el mundo es hostil para quienes ven más allá de las máscaras del convencionalismo social, por eso lo compara con satanás, serás odiado, serás temido, serás repudiado. Y todo eso, solamente por no pertenecer a la superficialidad…

Superficialidad es el tópico, querido lunes. 
¿Qué te llevó a ti a ser tan odiado En un sistema de estrés y banalidades?
Representas el inicio de un esfuerzo, de una rutina… Puede ser negativo o positivo desde muchos puntos, lo cierto es que mi simpatía hoy por ti radica en ello, odiado por muchos, pinche lunes; porque te imagino hoy como un ente que me acompaña en tu propia atmósfera, ves mi rostro, lees mi mente, sabes la dificultad con que contengo mis llantos de hoy, porque el mundo es banal…
Porque desgraciadamente, querido lunes, tú que cada  8 días vuelves a vivirlo, sabes que importa solamente lo de afuera para el mundo, que si el costo de la ropa, que si a alguien le parece inapropiada, que si como te paras, que si asistes o no a los lugares establecidos por la moda, que si el domingo viste o no el partido importantísimo que todos ven como borregos, que si con quien coges… Eso vale, la muerte, el analfabetismo, la pobreza, la catástrofe que nuestros vecinos güeros le causan al mundo, simplemente no importan, porque ellos visten bien, ellos se paran bien, ellos producen esos partidos importantísimos… 

Los buenos aquí son quienes siguen las tendencias, y por supuesto, quienes las producen. Quien se cuestiona si son benéficas o no, es el enemigo amargado…  
¿A dónde vamos querido lunes?
¿Seguirás apareciendo en el calendario?
¿Seguirá la superficialidad dominando el diario?
Méndigo lunes, ya casi te vas y yo te abrazo… Por ser casi casi odiado.



Jamás me atrevería a recriminarle a alguien el ser ignorante, porque sé que esa ignorancia es el resultado de un sistema económico y político diseñado para ello, que la gente sea ignorante... Eso no significa que no pueda expresar mi dolor ante la evasión y ceguera de la gente frente a realidades contundentes.


Jonathan Méndez

martes, 22 de enero de 2013

El desorden de Pedro.






He visto como al escurrirse las gotas de lluvia en las ventanas, de pronto chocan unas con otras, se absorben, de ser dos se convierten en una gotota fuerte que corre más rápido, al final puede hacerse más grande o simplemente colisionar en la base y partirse de nuevo en un montón de gotitas evaporables en segundos…

Me enamoré una vez y cuando lo recuerdo me gusta mirar el agua, aunque sea mineral con brandy barato  en un vaso desechable… Imagino que yo era una gotita lenta, escurriéndose por un cristal enorme que llamamos vida.
Tenía 17 años, y de verdad que jamás había ni siquiera besado a otro ser humano, de todo tenía miedo, como un perrillo de esos chihuahueños, nomás que yo no temblaba todo el día. Me daba miedo hasta levantarme en las mañanas y encontrarme con mi madre, siempre tenía algo nuevo que reprochar y yo siempre tenía una nueva fantasía de una muerte dolorosa en su contra.
 A veces incluso hacía cosas que me dañaran mientras desarrollaba tareas que ella me encomendaba, en una ocasión recuerdo que cuando me pidió sacar de la parte de hasta arriba de su closet  las cobijotas esas pesadísimas para el frío, a propósito me dejé caer de la silla y no metí las manos,  vaya que me dolió encabronadamente la rotura de hocico; pero eso la hacía sentir culpable y yo ahí encontraba mi satisfacción, si no podía vivir vistiendo como soñaba, escuchando la música que quería sin oír reproches, salir los fines de semana (aunque fuera) con mis amigos de la escuela, dejar de ir a misa los domingos a que me pellizcaran cada que no que me quería hincar o mirarle a los ojos directo y decirle sin temor a recibir un moquetazo certero a la jeta – Mamá, me gustan los niños-. Ella tendría que sufrir a causa de mis males, tenía que sentirse culpable de alguna manera por ser una carcelera egoísta…

Pero en fin, me estoy desviando un poco del tema. Cuando me enamoré, lo hice como todo un adolescente pendejo y reprimido que se masturba antes de dormir pensando en celebridades.
Mi madre me había regalado una computadora, con el pretexto de que la necesitaba para estudiar, ahí conocí un mundo extenso de cosas inimaginables dentro de los muros fríos de la casona donde vivíamos, el internet me regaló pensamientos, ideas y porno que jamás había imaginado; y por supuesto, le conocí a él.

Redes sociales, eso era la moda y él en su perfil siempre compartía fotografías de su vida, allá lejos en una gran ciudad, salidas con amigos, ropa de moda, música alternativa… Las charlas en el chat develaban su crecida y despreocupada manera de ver la vida, era 5 años mayor que yo, universitario, amaba el tabaco durante la temporada de lluvia, bebía los fines de semana generosamente, conocía el sexo tan bien como una prostituta y eso sin jamás nunca haber cobrado por ello. Usaba drogas de vez en cuando, para diversión “obviamente”.

Y yo, babeaba en las noches por él, imaginaba su olor, el calor de su cuerpo, la nitidez de su mirada… Me veía con él, allá en la gran ciudad, viviendo juntos, trabajando para pagar nuestros estudios,  bebiendo cada noche de los sábados hasta caer dormidos desnudos, abrazados uno del otro, aprendiendo a vivir de verdad, viviendo su vida, siendo LIBRE.

Pegaba a mi pecho la fotografía que había impreso de él en el cibercafé de la escuela, imaginaba una y otra vez como sería el momento de verle a la cara y decirle, ya no por chat, sino ojo a ojo, aroma a aroma –Eres mi héroe, mi salvación, mi ilusión de un amor-
Me hacía bolita, lloraba un poco, me masturbaba y dormía…
Esa, es la mejor sensación que he tenido jamás, la imagen más fiel de la esperanza. La ilusión, el sueño de la libertad; porque luego no sé como jodidos definir la libertad, y seguro que no está en mi vaso de brandy  ni en el amigo de Alberto que se quedó dormido en la sala cuando se le bajó el efecto de la cocaína. Lo más maravilloso fue pensar por un instante o por varios, perdone usted lector, es que estoy muy pedo ya, que podía salir de mi cárcel y ganar.
Que podía tener una personalidad envidiable; porque yo envidiaba, por eso creía que alguien más la envidiaría, y quizás sí, no sé; pero pobre de quien envidie algo que no conoce en concreto.

Y es que esa búsqueda por la libertad o lo que uno entiende por libertad, le hace a uno tropezarse y darse caaada madrazo, no como los que me ponía yo para espantar a mi madre, hablo de los emocionales, de esos que si pegan duro y te dejan traumas, reacciones predeterminadas que lo acercan a uno a una locura que raya en lo tierno… Y entonces uno se puede perder y convertirse en su propio esclavo; porque al final reacciona uno no por amor, sino por el interés personal, cosas que se crea en base a lo que uno aprende tras los barrotes de su cárcel, por sí solo, egoísmo. Y la libertad para nada está ligada, creo yo, al egoísmo.

¿Qué pasó después?
Eso ya es cuento de verdadero drama y el punto de hoy es la reflexión, sólo te platicaré querido lector, que cuando él viajó a mi pueblo para vacacionar y cogerme, perdón, conocerme.
Yo sentía la fortaleza suficiente para entrar a la casa gritándole a mamá
-¡Me largo con él, le amo, el  me ama y ya no viviré miserable esperando a que mueras!-

Pero no, al llegar a mí ni me miró y solo dijo mientras encendía un cigarro.
-¿Dónde podemos conseguir una rayita en este mugriento rancho? estoy crudo hasta la madre y  el pinche asiento del autobús me sacó comezón bien culera, Adolfo me volvió a pegar algo, el puto mayate se mete con pura vestida de la calle.

Se escurre, esa pobre gotita en el cristal de la sala se va escurriendo, quizás se estanque en la base y ahí se evapore pro la mañana… Pobresilla, se habrá preguntado alguna vez ¿Qué es la libertad?.  La llamaré Pedro, como yo. 



Jonathan Méndez


Dicen por ahí, que todos estamos locos, quizás sí; porque hay una locura que es tan adorable como enfermiza, le llamamos normalidad.



jueves, 10 de enero de 2013

Léase con cuidado






Maldita la hora en que el humano decidió nombrarse el animal dominante…



I
Dominó a los suyos,  consumió a los que no eran suyos.
Jugó con la muerte, se inventó la decencia.
Asustó con el pudor, vendió la virginidad como valor… Lucró con ella.

Entre cantos y alabanzas, promovió sus enseñanzas.
“Cómprame, necesítame, átame a ti,
Mírame, envídiame, mi belleza no es para ti”

Ellos cantaban, todos ellos…
Berreaban y gritaban, se abrazaban.
¿Se abrazaban o se manoseaban?


II
Simulación…
Eso en mi pedacito de tierra vilipendiada se titula simulación.

Creas necesidad, consumes, cubres los huecos.
Creas creencias, consumes, satisfaces emociones (falsas)
Creas necesidad, te carcomes por la dificultad de cubrirla.

“Hazle sentir que es valioso”
Se escucha por alguno que otro negocio.
(adjunte aquí el de la fe)

“Hazle sentir amado”
Se escucha entre lo anunciado
(Inserte aquí su festividad predilecta)

Simulación le llamo.
No existe ni la necesidad, ni el hoyo, ni el remache.



III
¡Maldita la hora en que su raciocinio se averió!
¿Quién lo creó semejante a una imagen?
¿Quién lo degeneró semejante a un valor?
¿Quién le alimento la rabia, la ira, el consumismo, el afán de crear valores represivos?

“¡A la hoguera!”
Gritaban en alguna época.
Hoy, a la pobreza te condenan.
Ya da lo mismo si no te queman… Las tripas rugen.
Eso duele.


IV
¿Quién lo creó?
… (inserte aquí el silencio después de un suspiro)



Jonathan Méndez



Desgraciadamente, en este mundo importa y fascina más la carcasa que el contenido de la figura...
Hasta la muerte es negocio pagable a crédito. ¿Has pensado alguna vez lo jodido de ello?