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Bienvenido seas, inquieto.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Del campo semántico de la perversidad






Del campo semántico de la perversidad



Vino a quedarse, del verbo copular... Y yo, temeroso, del verbo idiotizar,
tomé un martillo de la caja de herramientas; me acerqué a él, nos miramos fijamente.
Y jamás pasó nada, del campo semántico de lo inexistente.

Me arrepentí de mis temores, sollocé un poquito,
corrí a la cocina como conejo despavorido que olfatea a la comadreja…
Y justo como conejo y comadreja; me hipnoticé.
¿Con qué?
Con su voz,
con su piel,
su mirada,
mi temor,
mi ansia.
Con esa increíble escena absurda de aroma a nuez.

Con el espasmo entre las piernas, el recuerdo, aquél recuerdo.
Buscar un ser humano que hiciese sentir sin llegar al tacto.
Que cautivase sin usar yo, el olfato.

Heme aquí, como falleciendo antes de llegar a las fauces del depredador,
como volcando mis sueños húmedos a un cuadro diurno, sin música vulgar.

Heme aquí… Narrando tonterías, erotismos, sueños.
Con un martillo en la mano, él al frente, su voz…
Su piel,
su mirada,
mi temor
¿Temor?
¿Desde cuándo se le teme a los muertos?
¿Desde cuándo se le teme a los pinches hediondos muertos?


Quizás, desde nunca.






Un cuadro absurdo, según algunas percepciones. Agradable según otras, incomprensible quizás para la mayoría; pero al final, importante puente entre un anhelo y mi felicidad.
Recordé éste tipo de textos por la mañana, sentí necesidad de expresarme nuevamente de una manera más subjetiva que directa... Y lo he disfrutado, un chingo.



Jonathan Méndez