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Bienvenido seas, inquieto.

lunes, 31 de octubre de 2011

Confesión en el último día de octubre.




El lenguaje es la base de nuestro orden social, el cimiento de nuestro desarrollo y también, la gran cruz que nos pesa en las espaldas, podemos callar tantas cosas, gritar otras cuantas, el lenguaje lo define, no tiene límite para escupir el sentimiento. Y denota, expresamente, la calidad intelectual de quien le usa.
Gracias al lenguaje, podemos hacer epopeyas de las memorias, narrar los hechos y concretar en una y tantas letras o sonidos hasta la queja más fiera.

Usando mi lenguaje metáforico, quiero darle vida a esta carta mental, la plasmo a lo virtual, y le llamo confesión, la carta tiene dedicatoria, un mundo puede ser una persona en su pequeña esfera mental...

He oído muchas frases que a mi gusto denotan impotencia mental, esa inexpresable tensión de nervios, por no lograr sembrar una semilla ideológica en una mente, por demás irreverente o simple como el viento al agua es, independiente; pero el viento al agua es, dependencia en plena dualidad, el sopla, el agua se mese.
Una armonía que llena a la naturaleza de matices tan dulces como las calaveritas de este próximo día, mi favorito día del año… O estruendosa como la muerte. El huracán lleva estruendo en su cuerpo.
Cual huracán, se mecen esas frases nada letales en mis memorias, aferradas a los oídos. ¿Qué es la impotencia? ¿Qué es el dolor? Reflejo, respuesta, ¿instinto?

En concreto, me llamaste fascista,
mundo, me llamaste fascista, por desear darle un lugar a las cosas, por fascinarme con el orden y amar las jerarquías de lo natural.
Me llamaste débil,
mundo, me llamaste débil por llorar mis pérdidas, por aceptar después del llanto las derrotas y alegar moralejas encontradas…
Me llamaste vulgar,
mundo, me llamaste vulgar, por caminar entre el folklor, saborear la jerga y el argot, divagar entre la preciosura de lo cotidiano (que es secreto en realidad)…

Y yo, a tu huracán de palabras, le encuentro época, moda, voga. Caminos que se llenan de ladrillos frágiles, escombros de monumentos muertos por estrés. Porque el que no tiene cimientos, fenece al primer siniestro…
¿A mí que me importa si de una rosa y un girasol nace una amapola? ¿O si de una amapola y otra amapola, nace la nada?
¿Qué me importa si soy amapola o girasol, semilla o insecto, presa o predador?... Sería terrible no vivir mi lugar en este indómito terreno de variedad.
Sería letal no aceptar, que soy pedazo de arrabal, condimento de bohemia, agua y sal. Lo siento, me carcajeo y no es un secreto.  De tu temor, me carcajeo a cada espasmo de mi mano sobre mi miembro, a cada muestra de este pecado de existir, de esta delicia que termina, y ahí termina... Vida. 


Jonathan Méndez