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Bienvenido seas, inquieto.

lunes, 9 de febrero de 2015

Parásito



-       *  Deshacerse de un cuerpo no es fácil, es como borrar los recuerdos. Pareciera que bajas una palanca como las de los baños y se van con toda la mierda a un lugar que no conocemos; pero sabemos que existe... Cuando menos lo esperas, te saltan a la cara y te dicen “sigo aquí, duelo, vivo”.

Lo intenté una vez, sólo una vez. No me atreví en el momento justo, no es como romper una hoja de papel, tu educación te ata a ciertas conductas y el temor  a hacer algo extraordinario te carcome en cuestión de segundos. El miedo se parece a un depredador sin hambre, un sádico que busca tu sufrimiento; muchos dicen que es instintivo, como un tipo de alerta de que algo no está bien. Para mí no es más que lo más parecido a la actividad destructiva de la humanidad. Un parásito que vive de uno.

Yo no sentí mi garrapata hasta que le vi los ojos, en realidad durante todo el tiempo en que jugué con él evité su mirada, sabía que me haría sentir como mierda; me limité a torturarle de espaldas, los gritos para mí no son nada sin la mirada, las palabras carecen de efecto sin la mirada… En realidad soy un cobarde, porque la maldita garrapata me ha succionado la vida y yo quería succionar la suya, así, de espaldas.

Tomé un ladrillo de la pila que estaba detrás de mí, me había divertido lo suficiente ya, golpearía su cabeza hasta que se escapara la vida, no pienso darte detalles porque tampoco vengo a satisfacer el morbo de nadie.

-         * No me importan tus pretextos pendejos, tienes que contarme todo con detalle.

-       * Pues no, no quiero, deduce lo que se te meta por el culo, inventa cosas, di que le corté las piernas, que le mordí los dedos, que lo violé con un tubo, que hice lo mismo con todos los desaparecidos de este país; lo que tú quieras. Imaginación te sobra; en realidad eres más violento y asquerosamente malvado que yo, no vengas a jugar conmigo a la santísima autoridad juzgadora. Lo que se sepa me vale una chingada, yo sólo quiero que de cierto se sepa lo que esos ojos me dijeron, si quieres decir que se los saqué con un sacacorchos o con un desarmador tienes mi permiso que ni falta te hace.

-          * Que la chinga…

-         * Cállate, que el que declara soy yo y declaro lo que se me hinchen los huevos; y mis huevos quieren hablar de los ojos.
El muy cabrón a pesar de todo se movía como si le hubiera puesto lumbre debajo de la silla; los gritos, las sacudidas, todo parecía una escena de tortura de película gringa.

Se cae para atrás el muy incómodo, como diría mi abuela. Yo ahí, nisiquera tenía la mano alzada, el ladrillo agarrado sí, pero para nada que debí haberme visto amenazador. Claro es que su miedo por todo lo que le había hecho, provocaba que le valiera madres como me veía yo en ese momento. Me lo estaba chingando y él no sabía ni por qué, así de fácil. El pinche miedo se lo estaba tragando y tenía razón de sobra, lo sé.

Pero me llevó con él, me miró a los ojos directo, lo que dijo ni lo recuerdo y para fin del asunto ni importa, en esas situaciones mientras suplican las personas hablan de la familia, de la bondad y la maldad. La gente habla de Dios; pero sus ojos, rojos lagrimosos, me hablaban de dolor, de soledad, de un constante despertar mecánico para ser un esclavo de sueños frustrados… me dijeron que me vieron autosecuestrándome antenoche debajo de la cobija abrazado de la almohada. Me dijeron que me vieron recordando mi infancia cuando batía el café en la mañana, que me vieron tocándome mientras fantaseaba en la regadera, que me vieron comprando películas fantásticas para escapar los domingos por la tarde del silencio de las paredes.

Me dijeron que éramos iguales. Y sentí miedo, de estar del otro lado.
Solté el ladrillo, me volteé para llorar y les marqué a ustedes.

-         * Entonces te lo quebraste antes de que llegaran ¿cómo y con qué te lo chingaste?

-      * ¡Qué huevos! Ya te dije, ponle lo que tú quieras, yo no lo maté, para eso les hablé a ustedes. Yo no me atreví, deshacerse de un cuerpo es mucho trabajo y a final de cuentas se iba a saber en cualquier momento, mejor que se lo “quebraran” ustedes. Yo ya estaba condenado.
   
   J F Méndez



   Todo, absolutamente todo tiene una raíz, un por qué que late en el interior de la cosa, es su motor; cuesta encontrarlo para frenarla o motivarla.