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Bienvenido seas, inquieto.

lunes, 20 de agosto de 2012

El Lamento




I    Confesión

Cuando niña, leía a escondidas las revistas porno que guardaba mi padre bajo su colchón, luego cuando llegaba, las escondía otra vez y bajaba toda asustada a servirle la comida o si no me servía él a mí, pero una bola de catorrazos que me dejaban moretes por todos lados. 
Ver su pornografía, era mi actividad favorita, me hacía soñar, me daba una vida como dicen “chida”.  Me imaginaba yo ahí, acostada en una cama, tocándome mis partes mientras un fotógrafo; de seguro se tocaba las suyas mientras disparaba el flash.  Yo era el centro.
Yo, vestida nomás con una de esas bufandotas largas de plumas y unos tacones negros grandotes grandotes, que nomás de verlos gritaran “en cuanto te pares, te trueno las patas”.


II    Refelxión

Qué gran asco debe ser, ahora recuerdo esas viejas fantasías y lo único cierto es que me hipnotiza, hay en mí una corriente eléctrica que recorre desde los tobillos hasta la puntita de los senos, esas, que te juro Dios, solo he visto una vez desde que entré a éste convento, lo juro de verdad… Pero no las olvido, es como si hablaran cada que me baño, con el frío gritan, me piden calor, me piden un amor torcido, decadente. Un algo que tú no eres.


III    Petición

Dios mío, perdóname. Perdóname en serio, de niña una es pendeja, una es ilusa y muy cochina, busca una satisfacción en lo material, en lo banal y en la seductora mentira.
Me dolía que mi padre me pegara, tú lo sabes porque a ti te lloraba,  creo, que por eso hasta en algunas ocasiones, el porno le robaba, por desquitarme, por no poder decirle en la cara… Quiero irme, quiero ser puta, quiero ser tu vergüenza y al mismo tiempo lo que más amas.
Dios mío, perdóname. Estas sensaciones me queman, me arde todo entre las piernas, castígame por alma pútrida, que este cuerpo que me diste es sagrado y es tu templo, es tu gloría y si siente frío y ansías de un amor retorcido, es porque es tu…


IV    Represión

 ¡Ay Dios perdón!  Hazme un milagro y derrite esas velas que parece que hablan el lenguaje retorcido del amor.



Para desafíar la rutina literaria.

Jonathan Méndez