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Bienvenido seas, inquieto.

jueves, 2 de mayo de 2013

A primera... vista





- ¿Cuándo fue la última vez que entablamos una conversación?
Cosa de algunos meses, se pueden contar; pero no me interesa llegar a tal punto. Aquí y ahora me importa solo olerte los cabellos, aún tienen ese aroma a almendra que cuando te conocí me hizo imaginarme un cuadro donde estábamos los dos tomados de la mano, viejitos, arrugaditos de la piel y llenos de manchas de esas que van dejando los años. Estábamos sentados en mecedoras, en una sala grande apestosa a aceite de almendra y repleta de fotografías de cosas que en algún momento habíamos hecho juntos…
Si, así muy pinche cursi toda mi alucinación guajira. Entonces, gracias a la maravillosísima ilusión esa que te cuento ahora con cierta ironía, pensé por unos días, que eso del amor a primera vista si existía; porque antes yo sólo defendía aquello de la erección a primera vista y quizás, una venida a primera caricia (a muchos les pasa).

Ya sabrás, me sentía todo un afortunado que podía tragar cebolla con pan y agua de la llave por el resto de una vida, si es que la compartía contigo…
Iba por ahí componiendo frases hermosas de superación emocional, diciéndole al mundo que la vida era maravillosa, y que ésta tenía un hedor a pura pinche almendra.

Y así te bauticé,  Almendra.
Te escribí cartas a lo pendejo, te dediqué canciones de igual forma; montones y montones de cursilerías, sin contar claro, con la cantidad incontable de satisfactorias manualidades que te dediqué (es que me gusta eso del bordado y el punto de cruz).
Obviamente también  te dedicaba varias manoseadas antes de dormirme, y cuando me bañaba, y después de comer, y cuando me levantaba en las mañanas, y cuando iba al baño en el trabajo, y cuando esperaba el camión ya en la noche, total, la pinche parada siempre estaba sola y era más que divertido y eufórico terminar justo antes de que el camionero pudiera verme y negarme la parada, la del autobús, la otra ya yo la había calmado.

En fin, sufría por no verte, te extrañaba mucho, el olor de tu cabello, el aroma a almendra. Mi almendra, ver tus nalgas desnudas aplaudir en mi pelvis era mi único motor existencial… Tenía miedo de no verte, y hasta le escribía cosas a los miedos, mira:

Un día me caigo sobre margaritas, rosas, azaleas y demás miembros cursis de la flora…
Para el siguiente me estoy revolcando en cempasúchil 
y una que otra espina de las rosas abandonadas por los miedos.
¿Y qué me importa si hay silencio de fondo?
¿Y qué me importa si estoy borracho al punto del vómito?
Si de todas formas la monotonía termina cuando yo quiero.
El tedio se desenmascara frente a mis dedos…
¡Porque no hay miedos!
Y me voy rodando entre mis miembros de flora, que me acarician.
Me lastiman y me suplican “No limites tus fuerzas”.

Así me motivaba, y ahorraba dinero pa.

-Shh-  lo Interrumpió  de súbito– Ya se te terminó el tiempo ¿Me vas a pagar otra hora más? ¿Quieres que te siga escuchando o volvemos a coger? A mí me da igual hasta que me llames Almendra si quieres.



Jonathan Méndez

Eso de la reflexión es cosa que todos tenemos, pero es como el dinero, para unos más y para otros menos. Y los que más, aunque lo parezcan, no precisamente son los más felices.

Saludos.